Magicaboo – Cuando la magia se convierte en aprendizaje sin fichas 🎩
Jugar a Magicaboo es súper fácil.
Colocáis los juguetes de madera en el centro de la mesa, el mago los cubre con el pañuelo y dice en voz alta: “MA-GI-CA-BÚÚÚ”.
Y de repente… uno desaparece.
Los demás abrís los ojos de par en par y tratáis de descubrir cuál ha sido.
“¡Falta el pato!” “¡No, era el coche!”
Las manos vuelan, las risas también, y el mago intenta mantener la compostura mientras reparte la estrella al más rápido.
Cada ronda tiene su truco.
El mago cambia, el juguete desaparece y el reto vuelve a empezar.
Las partidas son rápidas, muy visuales, y dejan esa sensación de emoción compartida que engancha tanto.

✨ Un modo de juego diferente: las nubes
Cuando ya lo dominan, podéis probar el modo de las nubes.
Algunas fotos se giran y los juguetes desaparecen también de la vista.
Ahora hay que tirar de memoria, confiar en el instinto y atreverse a señalar sin dudar.
Un reto que les encanta porque aumenta la tensión, la risa y la concentración.
🧠 Y mientras juegan, sin darse cuenta, están entrenando habilidades clave:
✨ Atención sostenida, para observar con calma y fijarse en los detalles.
✨ Memoria de trabajo, para recordar qué juguetes estaban en la mesa.
✨ Control inhibitorio, para frenar el impulso de señalar antes de pensar.
✨ Velocidad de procesamiento, para reaccionar en el momento justo.
✨ Flexibilidad cognitiva, para adaptarse cuando todo cambia con las nubes.
Todas ellas son funciones ejecutivas que sostienen el aprendizaje diario.
Las que permiten concentrarse en clase, esperar turno, adaptarse a un cambio o escuchar con atención.
Y aquí se entrenan sin esfuerzo, entre risas, turnos y una buena dosis de ilusión.
Además, Magicaboo tiene algo que las familias agradecen mucho: hermanos de distintas edades pueden jugar juntos y disfrutar por igual.
Uno de 4 y otro de 7 participan en el mismo juego, cada uno a su manera, y ambos lo disfrutan.
No hay fichas, ni tiempos de espera eternos, ni diferencias que separen: solo magia compartida.
En el aula, funciona genial como recurso para trabajar atención, memoria visual o control de impulsos.
Los peques se implican sin darse cuenta y las partidas cortas facilitan la rotación en rincones o sesiones de apoyo.
También ayuda a gestionar la frustración: celebrar cuando otro acierta, aceptar los errores y seguir jugando.
Cada partida dura unos diez minutos, pero el recuerdo de esa risa y ese “¡Búúú!” se queda mucho más tiempo.